NOS FALTA INFORMACIÓN

Mientras paseaba una tarde por el centro de Madrid, vi que a lo lejos se acercaba,
por la misma acera en la que yo me encontraba, un señor ciego con su bastón
. Como es habitual en estos casos, los numerosos viandantes que se cruzaban con él se retiraban a su paso para despejar el camino y evitar que tropezase.

La calle estaba muy concurrida, pero me llamó la atención un joven con atuendo informal y una mochila, que caminaba delante de mí, a pocos metros de distancia. Me fijé en el chaval porque el invidente y él se estaban aproximando, sin embargo, el chico no parecía tener la menor intención de desviarse de su trayectoria para dejar pasar al señor y estaban ya tan cerca que, si no lo hacía pronto, los dos se darían de bruces.

Yo observaba la escena y no daba crédito, en escasos segundos pasaron por mi cabeza
infinidad de pensamientos
condenatorios: “¡Ay que ver, qué chaval tan incívico y egoísta!», «Pero, ¿en qué diablos está pensando?»,»¿Será capaz de no apartarse?», «¡Es increíble que haya gente que solo vaya a lo suyo!», etc. etc.

Ya se encontraban justo uno enfrente del otro, cuando un sonido me sacó repentinamente de mis pensamientos. Era el choque de dos bastones, el del señor y el del joven.

Cuando juzgamos, criticamos o condenamos las acciones del otro, lo hacemos desde el desconocimiento de lo que le ha llevado a comportarse así: su sistema de creencias, las experiencias que ha tenido, sus circunstancias vitales, las dificultades que está atravesando, las batallas que está librando… Nos falta información, como me sucedió a mí cuando critiqué el comportamiento del chaval porque ignoraba que era ciego.

Disponer de toda esa información nos ayudaría a entender que cada uno actúa siempre como puede o sabe y que si pudiera o supiera hacerlo de otra manera, lo haría. En definitiva, veríamos el mundo con una mirada mucho más comprensiva y compasiva.

MITOS Y CREENCIAS IRRACIONALES EN EL AMOR ROMÁNTICO

mitos-y-c-i-en-el-amor-romanticoAlbert Ellis en su libro “El amor y sus problemas”, nos habla de algunos de los mitos y creencias irracionales acerca del amor romántico que hemos ido adquiriendo tanto de nuestro entorno más cercano, como de la cultura a la que pertenecemos. Son mitos y creencias que generan sufrimiento y dificultan las relaciones sentimentales.

MITOS:

– Puedes amar apasionadamente a una, y sólo a una, persona a la vez.

– El verdadero amor romántico dura para siempre.

– Sentimientos profundos de amor romántico aseguran un matrimonio estable y compatible.

– El sexo sin amor romántico no es ético ni satisfactorio. El amor y el sexo siempre van juntos.

– Dentro de las relaciones maritales se puede fácilmente desarrollar y alimentar el amor romántico.

– El amor romántico es superior al amor conyugal, amor de amistad, amor no sexual y otros tipos de amor, y difícilmente existes si no lo experimentas intensamente.

– Si pierdes a la persona que amas románticamente debes sentirte profundamente apenado o deprimido durante un largo período de tiempo y no puedes volver a enamorarte legítimamente hasta que haya transcurrido este largo período de luto.

– Nos es necesario percibir el amor todo el tiempo para saber que alguien te ama.

CREENCIAS IRRACIONALES:

– “Debo amar románticamente a sólo una persona cada vez y seré un farsante si amo a personas simultáneas”.

– “Tengo que casarme sólo con una persona que ame románticamente y estaré desolado si él o ella no se parea conmigo”.

– “Mis sentimientos románticos deben durar para siempre y hay algo que marcha muy mal en mí si desaparecen al cabo de un espacio relativamente corto de tiempo”.

– “Eso prueba que no le quería realmente”.

– “Si no experimento un prolongado e intenso amor romántico, no puedo sentirme satisfecho con otros tipos de sentimientos amorosos, y a lo sumo tendré, sólo una existencia levemente feliz”.

– “Mi pareja debe amarme completa y apasionadamente todo el tiempo, de lo contrario no me ama realmente”.

-“Debo tener la reciprocidad de mi amado/a de lo contrario soy una persona inadecuada e indigna”.

– “Es terrible perder a mi amado/a ¡No puedo soportarlo!”.

– “Si mi amado/a no se interesa por mí o si se muere, la vida no tiene valor y más vale que este muerto/a!”.

– “¡Mi amado/a es la única persona del mundo para mi, y solo su amor puede hacer que mi vida y yo tengamos sentido!”.

– “¡Como tengo que gozar del favor de mi amado/a, merece la pena hacer cualquier cosa, incluyendo el arriesgar seriamente mi vida para lograrlo/a!”.

-“¡Debo tener una garantía de que mi amado/a solo me quiere realmente a mí y de que va a continuar haciéndolo para siempre!”.

-“Si mi amado/a no me quiere como yo le quiero a él, debe de haber algo radicalmente malo en mí, y por lo tanto casi no merezco su afecto»

-“Como yo le amo intensamente y estoy entregado a él todo el tiempo, él siempre tiene que devolverme ese amor, de lo contrario me causaría un gran dolor que no lo hiciera, y sería una persona mala y abominable”.

-“A no ser que tenga la absoluta certeza de que mi amado/a me adora y siempre lo hará, mi vida es demasiado coactiva y desagradable, y apenas merece la pena seguir adelante”.

– “No debo ser rechazado por ti, pues si tú me rechazas hay algo que marcha radicalmente mal en mí, y si eso es así es que soy una persona muy poco adecuada que probablemente no merece ganar el amor de ninguna persona buena en el presente o en el futuro”.

-“¡Realmente soy una persona excelente, y tú no me aprecias y favoreces como debieras! ¡Eres malo/a y malvado/a por rechazarme y tendré que vengarme de ti aunque sea la última cosa que haga!”.

– “Deberían darse las condiciones necesarias para que yo siempre fuera capaz de ganar el amor de las personas que realmente deseara y sin que me costara demasiado trabajo lograrlo. Cuando las condiciones van en mi contra, la vida es completamente horrible, no puedo soportarla, y lo único que puedo hacer es sentirme totalmente derrotado!”.

-“¡Cuando alguien que amo y que me ama muere o es apartado de mi lado por otros motivos, esto es totalmente injusto, y no puedo enfrentarme a un mundo que es tan injusto y cruel! No hay nadie más en el mundo que pueda volver a proporcionarme una relación como la que tenía, y que me haga sentirme completamente feliz, así que más vale que me mate”.

DECÁLOGO PARA LIDIAR CON PERSONAS DIFÍCILES


A continuación detallo diez aspectos que pueden contribuir a mejorar nuestras relaciones con personas que actúan de manera irrespetuosa, arrogante, egoísta o grosera, y a no dejarnos arrastrar por su negatividad:

1- UNA CONDUCTA INDESEABLE ES UN INDICADOR DE SUFRIMIENTO. En lugar de juzgar, culpar o criticar a quienes no obran con amabilidad, nos resultará más útil comprender que atacan porque creen que así podrán ajustar la realidad a su equivocada filosofía de vida y obtener supuestos beneficios, cuando lo único que consiguen es una vida llena de amargura, tristeza y sufrimiento. Libran duras batallas interiores que les hacen sentirse solos, poco valorados, rechazados, inseguros, incomprendidos, frustrados, tratados injustamente, etc., etc. Por eso se suele decir que quien menos se merece ser amado es quien más lo necesita.


2- LA NATURALEZA DE LA ACCIÓN DEPENDE DEL NIVEL DE CONSCIENCIA. Aunque nos parezca increíble, las personas que actúan de forma poco acertada, lo hacen lo mejor que saben. Todos recordamos con arrepentimiento algún episodio de nuestro pasado en el que obramos de manera inadecuada, pero en aquel momento actuamos lo mejor que pudimos conforme al nivel de consciencia que teníamos entonces. Como decía Sócrates: “Nadie actúa mal deliberadamente”, o lo que es lo mismo, nadie se equivoca a propósito. Todos creemos actuar de la mejor manera posible en cada situación y en cada momento, de otro modo, cambiaríamos nuestra forma de proceder.


3- LA ACTITUD TIENE QUE VER CON UNO MISMO Y NO CON LOS DEMÁS. No debemos tomarnos como algo personal el modo en que los demás se dirigen a nosotros, ya que sus insultos o sus halagos dicen más de ellos que de nosotros. Su actitud es asunto suyo, nada tiene que ver con nosotros y nada dice acerca de nosotros como personas. Cada ser humano muestra en sus interacciones sociales lo que lleva dentro. Así pues, una persona que está en paz desprenderá amabilidad, alegría y tranquilidad, mientras que una persona que no está bien volcará rabia, resentimiento y desprecio sobre los demás y sobre sí misma.


4- CADA PERSONA DIFÍCIL ES UN MAESTRO PARA NOSOTROS. Este tipo de personas contribuyen a que nos conozcamos mejor y a que seamos más fuertes y flexibles ante los fallos humanos. Los demás no aparecen en nuestra vida para amargarnos la existencia, sino para mostrarnos que el origen de nuestro sufrimiento radica en el conflicto que hay entre cómo pensamos que es esa persona y cómo pensamos que debería ser. Si alguien coloca la mano sobre una herida que tenemos sentiremos dolor, pero no debido a su mano, sino a nuestra herida. Cómo reaccionamos ante las acciones del otro apunta a nuestra manera de interpretarlas y es ahí hacia donde hemos de mirar.


5- EN LAS RELACIONES SOCIALES TODOS SOMOS MAESTROS DE TODOS. En el gimnasio no nos tomamos en serio si nuestro oponente nos da un codazo, puesto que sabemos que forma parte de nuestra preparación física. De igual modo, podemos considerar cada interacción social como un entrenamiento en el que todos aprendemos de todos. Esto resta importancia a los “golpes” que recibimos, porque entendemos que son parte de un entrenamiento dirigido a ser emocionalmente más fuertes, y en lugar de expresar nuestro enfado ante la conducta del otro, nos preguntamos qué nos está enseñando acerca de nosotros que no sabíamos.


6- UNA REACCIÓN DISFUNCIONAL ES FRUTO DE UN PENSAMIENTO IRRACIONAL. Ante el comportamiento reprobable de alguien no es extraño que nos dejemos invadir por la indignación y nos pongamos a su altura, entremos en su absurdo juego y, como consecuencia, intensifiquemos el conflicto. Al final acabamos inmersos en una discusión sin sentido con un alto coste emocional y le damos al otro lo que quiere, es decir, la justificación para actuar así. Nuestra reacción emocional pone de manifiesto la existencia de la creencia “¡debes comportarte cómo yo pienso que tienes que hacerlo, si no, eres una persona malvada y despreciable!. Cuando la realidad no encaja con esa rígida creencia, nos alteramos.


7- LA FORMA DE PENSAR SE PUEDE CAMBIAR. La creencia irracional acerca de cómo deben ser los demás se puede transformar en una creencia racional, realista y flexible, que nos permita sentirnos en paz y, desde ahí, responder de manera más operativa y funcional. Para ello, es fundamental comprender que las personas que obran de manera inapropiada están confundidas y que no saben comportarse de otra forma. Respecto a nosotros, conviene entender, por un lado, que también somos seres falibles que a menudo despertamos intensos sentimientos negativos en otros con nuestras acciones equivocadas, y por otro lado, que no necesitamos que los demás sean siempre amables, simpáticos y generosos para ser felices.


8- DESDE EL AMOR QUE SOMOS PODEMOS VER A LOS DEMÁS COMO EL AMOR QUE SON. Cuando salimos del dogmático sistema de creencias basado en “deberías”, brotan una sensibilidad y una claridad de percepción que nos permiten ver a la persona que tenemos enfrente al margen de su comportamiento agresivo. Mirar con los ojos del alma y no con los de la mente nos lleva a ver más allá, a transcender al ser humano falible, confundido, equivocado y perdido, y a descubrir a una persona maravillosa que posee, como el resto de los seres humanos, una gran capacidad de amar y un deseo inmenso de abrirse a los demás.


9- LA RESPUESTA QUE EMERGE DE LA PAZ ES SIEMPRE LA ADECUADA.
Cambiar la forma de interpretar las actuaciones de los demás transforma la manera en que nos afectan y la respuesta que damos. Un patrón mental rígido nos lleva a sentir rabia y a reaccionar para aliviar ese malestar, sin embargo, si dejamos de lado ese esquema de pensamiento reaccionaremos menos, puesto que ya no hay sufrimiento, y actuaremos más para intentar corregir algo que no está bien. La respuesta que proviene de la serenidad unas veces consistirá en la inacción y otras veces en un acto que, dependiendo de la situación, adoptará diferentes formas: complaciente, enérgico, intransigente, contundente… En cualquier caso, se tratará de una respuesta sencilla y apropiada.


10- ACTUAR DESDE EL CORAZÓN DESPIERTA EL AMOR EN LOS DEMÁS. Nuestros intentos por cambiar a las personas desagradables desde el rechazo alimentan y refuerzan su modo de proceder. En cambio, si respondemos a su negatividad desde la comprensión, la calma, la compasión y la paciencia, podremos producir en ellas cierta transformación. Esta siempre emergerá de la aceptación completa del otro, nunca del rechazo. Ante nuestra actitud abierta y amorosa, el otro se siente acogido y, al igual que el hielo se derrite bajo el calor del sol, su coraza protectora se desvanece. Cuando mostramos hostilidad creamos a nuestro alrededor un mundo hostil, mientras que si expandimos amor nos rodearemos de un entorno amoroso que nosotros mismos hemos creado, en el que caen muros y se levantan puentes.

LA ZANAHORIA DE LA PAZ INTERIOR

Son muchas las situaciones que nos producen una sensación de gozo difícil de explicar: una caminata por la montaña, un retiro espiritual en un lugar idílico, un día de descanso tras una semana ajetreada, una sesión de meditación… En esos momentos todo nos parece radiante, bello, perfecto tal y como es. Es como si flotásemos y viésemos belleza en cualquier cosa, todo cuanto nos rodea es precioso, los colores más vibrantes, los sonidos más nítidos, los sabores más intensos.

Es cierto que hay experiencias en las que es muy sencillo entrar en conexión con nuestra paz interior y otras, en cambio, parecen ser capaces de arrebatárnosla. Pero en realidad, nada ni nadie tiene ese poder, a menos que nosotros se lo otorguemos.

La cuestión es que muchos de nosotros entendemos la felicidad como una mera sensación de serenidad que se desvanece ante cosas tan nimias como cruzarnos con un vecino maleducado, vernos atrapados en un atasco o discutir con nuestra pareja.

Así pues, no es de extrañar que vayamos por la vida esquivando cualquier contratiempo que amenace nuestra frágil tranquilidad: personas que nos cuentan sus desdichas, telediarios cargados de malas noticias, conflictos con la familia, complicaciones en el trabajo, lugares ruidosos… Tememos que este tipo de circunstancias desfavorables o incómodas nos produzcan emociones incompatibles con la paz interior. La mayoría de nosotros estamos convencidos de que si estamos enfadados, tristes o ansiosos no podemos estar en paz, sin embargo, la quietud auténtica, profunda y duradera, no está reñida con el enfado, la tristeza o la ansiedad, sino que los incluye.

Lo que nos aleja de nuestra paz interior no es el malestar emocional, sino el rechazo que sentimos hacia él. Si en lugar de resistirnos, lo acogemos, emergerá la paz. Por tanto, es posible experimentar dolor y estar en paz. Por ejemplo, si estamos muy enfadados con un compañero de trabajo tras tener un encontronazo con él, podemos decirnos: “no tengo que alterarme, no debo permitir que me saque de mi paz, debo estar en calma…”, pero resistirnos al enojo que estamos experimentando no hará que nos sintamos mejor; o podemos ser honestos con nosotros mismos, sentir el enfado y estar en paz con esa emoción.

No tiene sentido pretender hallar una paz que es interior fuera de nosotros, pero aun así, seguimos buscando en la dirección equivocada. Exigimos que sea el entorno el que nos brinde alegría y tranquilidad, en vez de descubrir esa serenidad en un espacio que albergamos cada uno de nosotros. Se trata de un lugar imperturbable que siempre se mantiene en reposo en medio de las turbulencias, que no está a merced de que los factores externos sean como nos gustaría o de sentir emociones placenteras. Es una parte de nosotros que no tiene opuestos y que no desprecia nada, sino que integra todo.

Como comentaba antes, podemos beneficiarnos de los contextos favorables para conectar con nuestra paz interior, pero también tenemos la posibilidad de sacar provecho de las vicisitudes para acceder a esa calma, esto lo conseguiremos abrazando todo lo que acontece aunque no nos agrade, recibiendo el presente tal y como es, sin forcejear con él, y aceptando las emociones desagradables que experimentamos cuando no estamos en paz ni con la vida ni con nosotros. De este modo, dejaremos de perseguir la zanahoria de una felicidad superficial y pasajera, y descubriremos la auténtica dicha interior.

EL PROPÓSITO DE VIDA

Mucha gente anda inmersa en la búsqueda del propósito de su vida, algo que dé sentido a su existencia, que la convierta en algo interesante y que acabe con su permanente estado de vacío e insatisfacción. Es bonito y gratificante identificar lo que a cada uno le apasiona para poder disfrutar de ello, pero antes conviene saber que existe un propósito de vida más profundo, común a todos los seres humanos y que solo podemos hallar dentro de cada uno de nosotros. Podríamos denominar a ese propósito más amplio, propósito primario o interno y al resto de propósitos, secundarios o externos.

Nos solemos identificar con lo que hacemos y depositar gran parte de nuestro valor en ello, por eso, no es de extrañar que demos mucha importancia a los propósitos secundarios basados en el hacer: escribir un libro, ser nuestro propio jefe, vivir la experiencia de tener un hijo, iniciar una nueva vida en el extranjero, crear una ONG, trabajar en algo vocacional… Sin embargo, si no damos prioridad al propósito primario, por mucho que acumulemos proyectos exitosos, no conseguiremos acabar con la sensación de vacuidad, de que nos falta algo, de que todavía podemos conseguir algo más.

Yo creo firmemente que el principal objetivo vital de todos nosotros no es otro que aprender a VIVIR (con mayúsculas), o lo que es lo mismo, aprender a mirar la realidad con otros ojos y aceptarla tal cual es, solo así la vida cobra un sentido profundo y dejamos de necesitar que algo externo nos haga sentirnos realizados.

El propósito de VIVIR consiste en experimentar, hacer y ser de manera consciente lo que experimentamos, hacemos y somos. Dar la bienvenida a todo lo que acontece aunque no nos guste, sin oponer resistencia y fluyendo con ello. Poner todo nuestro ser en cada tarea,  realizándola lo mejor posible, con amor y atención. Aceptarnos tal y como somos, ya somos seres perfectos, solo tenemos que darnos cuenta. Estar abiertos a todas las emociones, no solo a las agradables, sino también a las desagradables e incómodas, porque sintiéndolas y no huyendo de ellas descubriremos mucho de nosotros mismos.

Esta forma de estar en el mundo implica situarnos en un espacio interior de paz y abundancia desde el que podemos fijarnos cuantos propósitos secundarios o externos deseemos, estos impulsarán y motivarán el día a día, serán la sal de la vida y añadirán más entretenimiento, intensidad y pasión a la existencia. Vendrían a ser como la guinda del pastel, siendo el pastel el CÓMO vivimos (propósito primario) y la guinda QUÉ vivencias tenemos (propósitos secundarios).

En definitiva, si vivimos cada instante con presencia, apertura y aceptación no nos sentiremos infelices cuando no logremos alcanzar un objetivo fijado, porque nuestra la realización se encuentra en el camino, en cómo hemos llevado a cabo el proyecto y no en el resultado que hemos obtenido.

EL BAILE DE DISFRACES

Imagina que te invitan a una gran fiesta de disfraces que se celebrará en un entorno casi mágico, con buena música, delicatessen para degustar y muchas sorpresas. Los invitados, que se contarán por miles, llegarán de todos los rincones del mundo. Pero para asistir al evento has de cumplir una condición: no podrás elegir tu disfraz. A cada uno de los invitados se le asignará uno al azar. 

Llegado el momento, te comunican que a ti te ha correspondido el traje de mendigo. Ante la noticia te sientes decepcionado y te lamentas de que habiendo tantos disfraces elegantes y favorecedores te haya tocado ese. A pesar de que no te hace ninguna gracia, no te quieres perder el baile, así que, a regañadientes, te vistes de pordiosero. Cuando llegas a la fiesta te quedas boquiabierto, el lugar es espectacular, mucho más impresionante de lo que habías imaginado. Jamás habías estado en un sitio tan fastuoso. 

Aunque la mayoría de los invitados están ya en la fiesta, todavía hay algunos esperando pacientemente en la entrada. Les miras con atención, todos lucen infinidad de disfraces, desde los más típicos hasta los más insospechados. No puedes evitar compararte con todos y cada uno de ellos, cualquier indumentaria te parece mejor que la tuya. Odias la ropa que llevas, te hace sentir incómodo y menos que los demás. Te quejas de tu mala suerte.

Eres una persona muy sociable y aprovechas cualquier oportunidad para conocer gente, sin embargo, en esta ocasión, temes que tu apariencia despierte poco interés en los demás asistentes o que incluso les provoque rechazo, por tanto, muy a tu pesar, optas por no acercarte a nadie para entablar una conversación. Te da pavor lo que puedan pensar de ti.

Cuando comienza a sonar la música, sientes el impulso de ir al centro del inmenso salón habilitado como pista de baile. Pese a que bailar es una de tus pasiones, finalmente decides quedarte en un rincón apartado y poco iluminado para evitar que tus harapos queden a la vista de todos. Te da mucha envidia observar cómo los demás se divierten.

Abandonas cabizbajo el salón de baile y como estás algo hambriento te diriges, procurando pasar lo más desapercibido posible, hacia los jardines donde se han dispuesto mesas repletas de deliciosos manjares con un aspecto realmente apetecible. Sin embargo, te resulta bastante difícil paladear esas exquisiteces a la vez que intentas ocultar con las manos los agujeros y los descosidos de tu traje. Así no hay manera de disfrutar de la comida.

Al amanecer la fiesta llega a su fin y tú regresas a casa muy enfadado y triste. Estás convencido de que por culpa de ese maldito disfraz no te has relacionado con nadie, no has bailado una sola canción y apenas has probado bocado. No te cabe la menor duda de que si hubieras ido vestido de otra manera, te hubieses divertido.

Solemos caer en el error de creer que lo que nos da identidad es la posición social, el aspecto físico, los logros, las posesiones, los éxitos, los fracasos…, pero lo cierto es que nada de eso nos aporta o nos resta valor como seres humanos. Pensar que esas etiquetas nos definen nos hace estar tan pendientes del disfraz que nos perdemos la fiesta de la vida.

CÓMO SUPERAR EL DOLOR

Hace poco tuve la oportunidad de escuchar a una mujer que unos meses atrás había perdido a su hija adolescente a causa de una enfermedad. Al contar cómo estaba viviendo ella estos momentos tan difíciles, me llamó la atención la profunda serenidad que sus palabras transmitían. Reconocía haber hecho las paces con la muerte, no solo no la percibía como algo malo o dramático, sino que había conseguido verla como un regalo. A pesar de ello, se lamentaba del dolor tan intenso que sentía y manifestaba su frustración al ser incapaz de trascenderlo. Le consolaba creer que su malestar era algo temporal y que algún día alcanzaría la paz.

Respecto a su dolor me pareció muy acertada la manera en que describió lo pegajoso que resulta intentar no sentir algo que ya estamos sintiendo: “Tengo un dolor adherido que no soy capaz de trascender, que me pone un velo y me eclipsa la capacidad de conectar con mi ser y con el amor. Es como si se hubiera adherido un aironfix que me tapa la luz”. Había aceptado el fallecimiento de su hija, pero se resistía a sentir un dolor que, por otra parte, era completamente humano y natural en esas circunstancias. Cuanto más rechazaba el dolor más presente estaba, porque el rechazo es su sustento.

Ante la intensidad e incomodidad de algunas emociones, surge el impulso natural de escapar de ellas, de combatirlas o de anestesiarlas, para ello recurrimos a sustancias, distracciones, meditación, cursos, libros, herramientas terapéuticas…, buscamos cualquier cosa que nos evite tener que experimentarlas y que nos ayude a encontrarnos en paz. Pero lo cierto es que no es posible pasar de puntillas por el dolor, dar un rodeo o mirarlo de reojo y pretender transcenderlo. Hemos de sumergirnos en él hasta el fondo, aunque en un principio pensemos que si lo hacemos nos va a superar o nos va a arrastrar a un sufrimiento mayor. 

La paz que esta madre anhelaba conseguir no es opuesta al dolor, este no supone ningún obstáculo para llegar a ella, ya que la auténtica paz interior lo incluye todo. El enemigo no es el dolor, sino las ideas que la mente tiene acerca del dolor y que hacen que lo rechacemos. Nuestra mente nos dice que hay que aniquilarlo porque nos limita y porque si no nos libramos de él no podremos vivir en paz. Sin embargo, esto no es cierto, para estar en paz no es preciso que el dolor desaparezca, basta con estar en paz con él. 

Se trata, por tanto, de tomar la decisión de afrontar la emoción, de permitirnos sentirla con total entrega, abrazándola, rindiéndonos y abandonándonos sin ofrecer resistencia. La verdadera aceptación de una emoción se produce cuando ya no buscamos la fórmula mágica para deshacernos de ella y le damos espacio para que exista. Solo entonces dejamos de preguntarnos si pasará pronto o si, por el contrario, nos acompañará el resto de nuestra vida.

En definitiva, la resistencia al dolor es inútil, desgasta, desespera y nos deja exhaustos, además hace que la emoción adquiera más consistencia, se intensifique y se adhiera con más fuerza a nosotros hasta quedar atrapados en ella. La honestidad de abrirnos a lo que sentimos sin pretender sentir otra cosa, es lo que poco a poco disuelve el dolor y nos conduce a la paz.

EL TEMPLO QUE HABITAS

La semana pasada vi un interesante reportaje sobre la intersexualidad. Se consideran intersexuales a aquellas personas que nacen con órganos de ambos sexos en diferente grado de desarrollo y visibilidad. Por tanto, su cuerpo no se ajusta a la imagen tradicional que la sociedad tiene de cómo debe ser un hombre o una mujer.

En un momento dado, le preguntaron a una de las personas intersexuales que participaban en el documental si le gustaba su cuerpo, a lo que respondió: “Sí, me gusta mi cuerpo… O, mejor dicho, amo mi cuerpo. Creo que es perfecto tal y como es. Es así y ya está. Lo dejo con sus características especiales. Así está bien. Es una relación de amor”.

En efecto, esta persona había establecido con su cuerpo una relación de amor incondicional. Amaba completamente cada uno de sus rasgos físicos, los que le gustaban y los que no le agradaban tanto. Era una relación semejante a la que mantenemos con un hijo al que amamos sin condiciones. Esto no quiere decir que tal vez preferiríamos que fuese más cariñoso, ordenado o estudioso, pero que no sea exactamente como nos gustaría no impide que le amemos.

Sin embargo, hay muchas personas que no aceptan su cuerpo porque no encaja con el ideal de belleza que tienen en su mente, por eso lo someten a continuas transformaciones que, por muy numerosas que sean, nunca son suficientes. Están atrapados en una absurda e interminable carrera por conseguir el aspecto “perfecto”, cuando arreglan un supuesto defecto, descubren otro y así indefinidamente, es lo mismo que sucede con las muñecas rusas, abres una y en su interior hay otra  y dentro de esa, otra más…

Si no aceptamos nuestro físico tal y como es ahora mismo nunca lo haremos, por mucho que se transforme, porque el amor hacia nuestro cuerpo nace de la manera en que lo miramos y no del aspecto que tiene.

Si lo percibimos como un templo donde habita la divinidad que somos y como el instrumento que nos permite vivir la experiencia de ser un ser humano, sentiremos un profundo respeto y agradecimiento por él, de este modo será imposible no amarlo y cuidarlo, independiente de su apariencia.

En cambio, si lo consideramos como algo que nos otorga valor como personas, siempre y cuando se adecúe a los cánones de belleza establecidos, experimentaremos la necesidad insaciable de cambiarlo una y mil veces con el fin de conseguir la aprobación, el reconocimiento y la admiración de los demás. Cada uno de los intentos por alcanzar la supuesta perfección física irá siempre acompañado al principio por euforia y poco después por una sensación de insatisfacción y de seguir sin ser adecuados o suficientes.

El simple hecho de existir ya nos convierte en seres valiosos merecedores de todo nuestro amor y consideración, por lo tanto, no es preciso que nos esforcemos en cambiar nada. No brillaremos ni seremos más felices metamorfoseando el físico o la personalidad desde el rechazo, sino amándolos desde la aceptación, porque lo genuino siempre desprende luz, mientras que lo impostado carece de esa capacidad.

EL ARTE DE AMARSE A UNO MISMO

Háblate con respeto.

Sé honesto contigo mismo.

Ríñete con compasión y sin juzgarte.

Mírate con los ojos del corazón.

Disfruta de tu compañía, así nunca te sentirás solo.

Busca refugio en tu interior cuando estés mal.

Conviértete en tu mejor amigo.

Trátate con cariño: sonríete, abrázate, acaríciate…

Dedica tiempo a soñar, a descansar y a no hacer nada.

Ten gestos de complicidad contigo.

No te castigues por tus malos hábitos.

Aprecia tus virtudes y asume tus defectos.

Sé tu prioridad en la vida.

Ten paciencia contigo mismo.

Date permiso para sentir lo que sientes.

No mendigues amor, tú tienes de sobra.

Sé tu principal apoyo en la vida.

Mímate y concédete caprichos de vez en cuando.

Reconcíliate con tu cuerpo.

Arréglate para gustarte, no para gustar.

Protege tu mente de “pensamientos basura”.

Sé el primero al que acudas cuando necesites consuelo.

Valórate con independencia de que otros lo hagan.

Confía en tus propios recursos.

Sé comprensivo con tus errores.

No esperes a ser amado para amarte.

No te menosprecies cuando te critiquen.

No te exijas ser “perfecto”.

Sé auténtico, no pretendas ser lo que no eres.

Ámate sin condiciones.

DÍA MUNDIAL DEL VAGINISMO

Hoy en día el calendario cuenta con cientos de Días Mundiales o Días Internacionales dedicados a las más variopintas causas. Todas ellas promovidas por organizaciones como la ONU, la UNESCO o la OMS, con la finalidad de sensibilizar y concienciar a la sociedad sobre temas relacionados con los derechos humanos, el desarrollo sostenible o la salud.

Algunas de esas celebraciones nos resultan muy familiares, como el Día Internacional de la Mujer, el Día Mundial contra el Cáncer o el Día Internacional del Orgullo gay. Sin embargo, otras son menos conocidas, como el Día Internacional del Té, el Día Internacional de la Felicidad o el Día Mundial de la Poesía.

Aunque he titulado este post “Día Mundial del Vaginismo”, lo cierto es que no existe tal celebración. Las legumbres, el atún o el vencejo sí tienen su Día Mundial, pero no esta disfunción que afecta, según los datos de la Sociedad Española de Medicina General, al 12% de las mujeres. Posiblemente el porcentaje real sea mucho mayor, puesto que la mayoría de las afectadas lo padecen en secreto.

A pesar de la alta prevalencia en la población femenina, el vaginismo es algo de lo que casi nadie ha oído hablar, de hecho, el término “vaginismo” ni siquiera aparece en el diccionario de la Real Academia Española. Por supuesto, no se explica en las escuelas ni tampoco se estudia en las facultades de Medicina o de Psicología.

Se dice que una mujer padece vaginismo cuando le resulta imposible insertar un tampón, practicar sexo con penetración vaginal o hacerse revisiones  ginecológicas. Al ser el vaginismo un tema tabú, no es de extrañar que la mujer que lo padece se sienta angustiada, confusa y desconcertada porque ignora lo que le está pasando, tiene la sensación de ser víctima de una especie de maldición, se pregunta por qué le pasa eso a ella y por qué no es como las demás. También experimenta inseguridad, frustración, tristeza, culpa e inferioridad respecto a otras chicas por no poder hacer las mismas cosas que ellas.

A pesar de que el vaginismo limita la vida de quien lo padece en ciertos aspectos, en muchos casos pasan años hasta que la mujer se decide a pedir ayuda a un profesional sanitario. Cuando esto ocurre, generalmente acude a su médico de cabecera, el cual la deriva al ginecólogo y éste al no poder explorarla, la remite al psicólogo.

La intervención del psicólogo puede resultar de utilidad para tratar las consecuencias psicológicas que ha generado en la mujer el hecho de tener vaginismo, pero no para solucionar la causa del problema, ya que, aunque siempre se ha creído que esta disfunción era debida a una primera penetración dolorosa, mala educación sexual, experiencias traumáticas sexuales (violación, abusos…), miedo o culpa ante  el coito, etc., lo cierto es que en la mayoría de mujeres que sufren vaginismo no hay nada de eso, simplemente hay una causa física que cuando se trata, el problema del vaginismo desaparece. Lo más habitual es que exista una contractura en la entrada de la vagina, una molesta contractura muscular semejante a la que podemos tener en el cuello, en la espalda o en cualquier otra parte del cuerpo. Por tanto, el profesional adecuado para solucionar esta disfunción es un fisioterapeuta del suelo pélvico.

Para conocer más sobre este tema, recomiendo visitar el Instagram de Pilar Pons (@pilarponsumbria). Pilar es fisioterapeuta y coach especializada en vaginismo y suelo pélvico. Tanto su Instagram como su blog contienen publicaciones muy interesantes sobre el vaginismo primario, el secundario, la dispareunia, tratamientos…, así como testimonios de pacientes que ya han resuelto esta afección. Pilar es una apasionada de su trabajo que lleva muchos años contribuyendo a la divulgación del vaginismo y acompañando con éxito a mujeres con este problema en el camino hacia la curación. Su eficaz tratamiento consiste, fundamentalmente, en fisioterapia para descontracturar la zona afectada.

A pesar de ser un tratamiento sencillo requiere implicación, trabajo y constancia por parte de la paciente. El esfuerzo merece la pena, porque cuando una mujer se rehabilita de vaginismo se siente tranquila, segura, contenta, poderosa, con fuerza para afrontar cualquier dificultad que se le presente en la vida y aliviada por haber dejado atrás un pesado lastre que le ha generado mucho sufrimiento durante meses, años o incluso décadas.

Me gustaría destacar la importancia de que las mujeres con este problema lo compartan, al menos, con una persona cercana (madre, amiga…). Al hablarlo se liberan de un peso enorme y les resulta más fácil poder recibir ayuda. Además, tienen la posibilidad de contactar con otras mujeres en sus mismas circunstancias, aprender de su experiencia y contar con su apoyo. Por último, y no menos relevante, es que de esta manera contribuyen a visibilizar y difundir la realidad del vaginismo, porque ya se sabe que de lo que no se habla, no existe.

Ahora bien, no todas se sienten capaces de confiar su secreto a alguien, si es así, no pasa nada, no tienen la obligación de hacerlo y no significa que sean cobardes por ello. Una mujer que no se atreve a contarlo puede demostrar una enorme valentía en otras circunstancias de su vida. En realidad, todos somos un poco cobardes pero también un poco valientes. No se trata de aumentar el malestar psicológico que conlleva tener vaginismo con la presión de tener que compartirlo con alguien. Así pues, si una mujer prefiere no romper su silencio por miedo, pudor o el motivo que sea, ha de ser tolerante con ella misma y no juzgarse por su decisión.

En definitiva, una mujer con vaginismo ha saber que no es ni inadecuada ni un “bicho raro”, que no es la única a la que le sucede eso, que hay muchas mujeres que también lo padecen, que tiene tratamiento y que además es rápido, fácil y eficaz. Asimismo, ha de entender que es conveniente (no obligatorio) que lo hable con otras personas de confianza. Y por último, con independencia de que decida compartirlo o no, ha de ser consciente de la importancia de ponerse en manos de un buen especialista en rehabilitación del suelo pélvico, ya que cuanto antes supere el problema, antes logrará disfrutar libremente de su sexualidad, y sobre todo, antes podrá cuidar de su salud.